23 de oct de 2020

La tercera es la vencida

Actualizado: 12 de nov de 2020

por Eugenio Sejó

Nota: en enero de 2020, Letras Libres convocó al concurso "De ficción a ficción", que consistía en enviar un cuento que comenzara con la siguiente frase: "Cuando despertó, descubrió que había ganado el avión presidencial". Nuestro redactor Eugenio Sejó fue uno de los cinco finalistas. Ahora, La Polilla ha decidido publicar su relato, una pequeña caricatura política del poder y de la oposición.

Cuando despertó, descubrió que había ganado el avión presidencial. «Híjole», pensó Andrés Manuel, «va a estar muy difícil salir bien librado de ésta».

Todo había sido por una puntada de esas que, él lo sabía, mantenían su popularidad por los cielos (que a partir de ahora tendría que cruzar en el avión presidencial). El día anterior había salido sin escolta de Palacio Nacional para comer en el Café Tacuba. La multitud se congregó rápidamente en torno suyo. De pronto, entre un turista europeo y una conchera danzante, el vendedor de lotería consiguió abrirse paso hasta él. Anunciaba a voz en cuello el premio mayor: ¡el avión presidencial!

El pueblo (que nunca se equivoca), comenzó a gritar emocionado, exultado:

—¡Que lo compre! ¡Que lo compre! —y él, con esa sensibilidad política que siempre lo ha caracterizado, sacó quinientos pesos de su cartera y se dejó retratar junto al vendedor y la conchera.

Ahora estaba en un severo aprieto. Sospecharían fraude, complot, corrupción, negociaciones en lo oscurito, todo lo que él había reprobado públicamente desde hace tantos años, desde Tabasco, desde siempre. Después de bañarse y arreglarse, sus asesores solamente confirmaron lo que él ya intuía (esa sensibilidad política que siempre lo ha caracterizado).

La foto delataba el número de boleto. Las redes sociales hervían. Los noticieros transmitían en vivo la nota. Sería el tema principal de la mañanera, primera plana, escándalo internacional. Hizo un tanteo con sus consejeros; telefoneó a los secretarios de más confianza. Los tranquilizó jurándoles que sí había sido una fatídica coincidencia, y les pidió sugerencias. Ninguno ofreció una respuesta. Al final, el presidente era él. Siempre él. Exclusivamente él. Nadie tenía su carisma, su ingenio. «¿Qué hacer?», se cuestionó, y de paso recordó a Lenin.

Caminó hacia el templete. Oía el rumor de los reporteros a la distancia. Apareció. Se hizo el silencio. Algunos flashes por aquí y por allá. La espera.

Meditaba. Concluyó que los periodistas fifís se lo desayunarían con papas. Había cometido un error. Él quería pasar a la Historia por su heroicidad ciudadana, y ahora se veía envuelto en un enredo digno de Cien años de soledad. Pensó en Aguilar Camín, en Ramos. Sin saber por qué, imaginó a Enrique Krauze en la redacción de Letras Libres, escribiendo un cuento acerca del imposible azar. Los tecnócratas sacarían a relucir sus teorías de juegos. ¿Cómo combatir cuando las probabilidades eran tan remotas? Sería peor incluso que los problemas reales, que la violencia, que el guachicol, que los migrantes.

«Con razón tuve pesadillas con Irma Eréndira, con Santiago Nieto… No sé cómo concilian el sueño los neoliberales, siempre con tanta corruptela bajo la almohada», pensó.

Todos lo aguardaban. Un enviado de El Universal tosió. «Mi error fue haber hilado dos payasadas seguidas», caviló. Había montado un excelente teatro y ahora era víctima de su propia obra. La vida es sueño, realismo mágico.

De pronto, un soplo de inspiración benemérita (¿o serenísima?) le dio la respuesta. Sonrió:

—Veo en sus caritas de que ya saben que fui yo quien se ganó el avión presidencial. Quiero adelantarme a las posibles acusaciones que van a hacerme. Dirán que soy un vendido, que compré a la Lotería Nacional, que estoy haciendo pura simulación. Pero eso era antes. Aquí las cosas ya cambiaron. Ésta es la cuarta transformación. Y para probarles que soy un hombre de palabra, para demostrar… este… mi probidad, voy a organizar una segunda rifa: la rifa del boleto presidencial del avión presidencial. ¡Así como lo oyen! Dada la buena suerte que he tenido, no dudaría que, por obra de Dios o el Diablo, yo vuelva a resultar ganador. Es la tercera ocasión en que intento librarme del avión presidencial, pero no se deja. ¡Hierba mala nunca muere! No hay nada de qué preocuparse. Si gano de nuevo, haremos otra rifa, y otra más. Pero les confieso: tengo confianza en que esta vez no sucederá lo mismo. Ya saben lo que canta el viejo refrán: «la tercera es la vencida». Y yo sé de lo que les hablo.