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La imposibilidad del diálogo inútil



Por Enrique Munguía Ávila



Foto tomada de todoincluidolarevista.com



El pasado 31 de diciembre, el EZLN lanzó, en la ceremonia por el veinticinco aniversario del levantamiento armado, su declaratoria de guerra contra el recién inaugurado gobierno de Andrés Manuel López Obrador y contra algunos de sus proyectos: el Tren Maya, el Corredor Transístmico y la Guardia Nacional. Las diferencias entre los zapatistas y la izquierda institucional —el obradorismo en particular— no son nuevas, tienen más de una década de historia y al parecer acaban de iniciar un nuevo capítulo: el EZLN vs. el gobierno obradorista. 

      La declaratoria leída por el subcomandante Moisés originó una disputa entre diversos sectores que se asumen de izquierda en distintos medios, como las redes sociales. Los obradoristas acusaron al EZLN de ser un invento de Carlos Salinas de Gortari para hacerle el juego a la derecha, los defensores del zapatismo acusaron a obradoristas de confiar en un gobierno que continuará con las prácticas más perversas del neoliberalismo, y los grupos marginales de izquierda, que no se adhieren por completo ni a unos ni a otros y cuya  influencia en el debate nacional es casi nula, trataron de dar lecciones a ambos bandos, como siempre. Claro que las palabras del EZLN también fueron utilizadas por la derecha para golpear al nuevo gobierno, pero no me centraré en eso. En los siguientes párrafos discutiré por qué un acercamiento entre zapatistas y obradoristas no sólo pareciera imposible, sino que en realidad sería inútil. 

     En un artículo de 2016[1], Emir Sader señala que, a partir de los noventas, con la consolidación de los proyectos neoliberales, surgieron en América Latina proyectos antipolítica o antiestado. Estos proyectos negaban la capacidad transformadora de un partido o una institución tradicional y pugnaban por la sociedad civil, por el movimiento social, por la organización horizontal desde abajo. En contraste con esta línea, hacia finales de la misma década, comenzaron a surgir alternativas de izquierda capitalistas, pero antineoliberales. Ante el descrédito de la derecha en muchos países de la región, debido a la falta de beneficios para el grueso de la población de los procesos de liberalización económica, prontamente estas propuestas llegaron al poder en varios países de Sudamérica como Argentina, Brasil y Venezuela.   

     Para Sader y muchos otros analistas, la izquierda que triunfó fue esta última, la antineoliberal, pero que no es antisistema. Según estos, la "marea rosa" transformó la vida de millones de personas en los países en donde llegó al poder. Siempre se recuerda el "Lula sacó a 40 millones de personas de la pobreza". Además, estos gobiernos impulsaron políticas sociales y de derechos que pocas veces se habían visto en la región. Sin embargo, el paso del tiempo ha cobrado factura en su legado. La irresponsabilidad de estos gobiernos en asuntos macroeconómicos ha detonado profundas crisis que, acompañadas de escándalos de corrupción y altos niveles de inseguridad, han llevado a que pierdan el poder, y, en algunos casos, como Brasil, al ascenso de la ultraderecha.

      Morena y la llamada "Cuarta transformación" se presentan como un ejemplo tardío de esa misma marea. Las similitudes con el ciclo progresista de América Latina son grandes: una política desarrollista y, en algunos aspectos, nacionalista (la refinería, el Tren Maya, la producción agrícola, etc.); una política social amplia que beneficia a los deciles más bajos de ingreso (jóvenes, adultos mayores, etc.); y una mezcla de gente y posturas políticas novedosas con el recuerdo romantizado del Estado benefactor y de los gobiernos populistas (la reivindicación de Perón en Argentina y de Cárdenas en México). Morena, desde antes de ser gobierno, también mostró las contradicciones latentes de ese ciclo progresista: la alianza con la burguesía nacional y regional; la defensa en los hechos del extractivismo, y la imperiosa necesidad de no ser mal visto por Estados Unidos y los mercados. En resumen, la 4T busca un sistema más justo, pero no otro sistema. 

      En contraste, para Sader la izquierda antisistema fue derrotada; su negación del Estado y de luchar en él o contra él —en el marco tradicional del sistema— los llevó a la marginación política y, en algunos casos, a terminar enarbolando posturas contra el ciclo progresista. Sin embargo, se debe puntualizar que esta izquierda radical, al no centrarse en el juego de competir por el Estado, se volvió mucho más diversa; para evaluarla no basta con hacer el juicio de si tomó o no el poder político nacional. En varios casos, estos movimientos han cuestionado y transformado fibras aun más antiguas y profundas que el Estado nacional moderno, como los grandes resabios de la colonización, el racismo o la violencia machista. Se puede criticar la renuncia de estos proyectos a la lucha en el ámbito estatal, pero para hacerlo debemos preguntarnos qué les ofrecía la lucha, de antemano perdida, por el Estado. (De antemano perdida por la inviabilidad de un Estado revolucionario anticapitalista en la región en este siglo, y, en un aspecto más profundo, porque son grupos y movimientos que se oponen a cualquier tipo de Estado y para los cuales luchar por éste contravendría sus aspiraciones.)

      En el caso particular del EZLN, debemos evitar analizarlo meramente como una organización de izquierda radical (que lo es) pues debemos tomar en cuenta siempre que es también indígena, antipatriarcal (pese a que sus comunicados no siempre lo parezcan) y, sobre todo, que se autogobierna en un territorio. Hace mucho que el EZLN dejó de apostar por la firma de los Tratados de San Andrés, porque se dio cuenta de que ningún gobierno podría cumplirlos. E incluso si, en el papel, alguno se planteara cumplirlos, como se ha dicho que quiere hacerlo Morena, esto en la práctica podría ser sólo una amenaza mayor para todos los gobiernos indígenas que, con o sin marco legal, han conquistado su autonomía. Los zapatistas sí son una alternativa contrahegemónica, porque su objetivo es la construcción de una forma de vida distinta, porque su entendimiento del poder y de las relaciones humanas es distinto al del Estado liberal, pues se basa en la horizontalidad y en el mandar obedeciendo. No hay forma de que el EZLN conquiste el Estado mexicano, no solo por la correlación de fuerzas, sino porque el simple hecho de buscar conquistarlo va en contra de su comprensión actual de la política y de la realidad. 

    Al entender qué es Morena y qué es el EZLN queda claro que hay varios abismos de distancia entre uno y otro, que el tan anhelado sueño de uno es la perdición del otro, y viceversa. Uno, desde que se volvió gobierno, basa su legitimidad en votos ("30 millones no pueden estar equivocados"). El otro se basa en la construcción política a partir de la comunidad, se construye desde abajo y solamente para los de abajo. Uno quiere hacer historia, cambiarla, transformar las prácticas del Estado, que no el Estado mismo, y así mejorar la vida material de millones de mexicanos que han padecido gobiernos desastrosos por décadas; el otro no quiere nada, no le está pidiendo nada a nadie, porque su objetivo es la dignidad y la autonomía de los pueblos, y esa no se puede pedir. El EZLN nunca tendrá 30 millones de simpatizantes, no los necesita ni los desea. Morena nunca tendrá la militancia con formación y conciencia política del EZLN, no la necesita ni la desea.

      Parte de la izquierda, dentro y fuera de las bases de ambos, desearía una relación distinta, al menos de respeto, entre la izquierda que gobierna y la izquierda zapatista. Si bien el respeto podría existir, el diálogo es imposible, y, más allá de su inviabilidad, sería inútil; la 4T y las montañas del sureste mexicano hablan idiomas distintos. Unos desean la transformación del sistema político mexicano, mientras que los otros buscan la del sistema capitalista, patriarcal, occidental y colonial. Habrá quien crea que la diferencia es táctica o estratégica, pero en realidad es de fondo, porque, como dijo el EZLN el pasado 31 de diciembre, los objetivos de la 4T son opuestos a los intereses de los indígenas anticapitalistas, que no es lo mismo que todos los indígenas. Lo que unos llaman desarrollo para otros es saqueo y despojo, marginación.

    En conclusión, no se trata de decir cuál izquierda está bien y cuál mal. Estamos frente a dos proyectos con diferencias enormes en el fondo. ¿Cuál debe prevalecer? Ambas, pues debemos abandonar la infantil práctica de buscar “la verdadera izquierda” y comenzar a juzgar a cada una con base en sus objetivos.  El ejemplo de Morena y el EZLN en este momento invita a regresar a la discusión de si tiene o no sentido continuar basando las posturas en un espectro ideológico lineal, limitante para el análisis en más de un sentido.



1. Sader, E. (4 de enero del 2016). La izquierda del siglo XXI. Página 12. Recuperado de https://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-289505-2016-01-04.html

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