top of page
Buscar

Enletrado

por Eugenio Sejó

Portrait de Baudelaire (1848), Gustave Courbet. Musée Fabre.


Cuando comenzaba a interesarme por la literatura, disfrutaba escabullirme en el gabinete de mi abuelo y hurgar entre sus papeles más viejos. Además de sus febriles expresiones de amor, de su léxico decimonónico y de sus engolados modos de abogado priísta, gozaba viendo su caligrafía: una letra fina y veloz, incomprensible para mis ojos Times New Roman, para mi mirada siglo XXI que sólo lee ediciones Anagrama. Su paso firme sobre hojas amarillentas y apolilladas me transportaba inmediatamente a una época más elegante y estable. Era como mirar una casa del Porfiriato o escuchar hablar al Indio Fernández. Las niñas de mis ojos temblaban de un erotismo abigarrado y oscuro, un placer sinuoso que se demoraba como la bruma. Sentía una nostalgia enorme, una especie de vergüenza al ver mi propia letra de torpes curvas y rectas insípidas. En la penumbra del despacho, imaginaba que, en otro tiempo, la pura cadencia de la pluma sobre el papel (como después el golpeteo artrítico contra una Remington 3 sin aceitar) iba dictando un ritmo y un valor del que ahora poco queda. A veces siento que el mundo ha ido perdiendo textura. Habrá que recuperarla lentamente. Letra a letra. Trazo a trazo.

bottom of page