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Los periodistas: una dignificación de lo prosaico


¿Es ésta la misma Reforma por la que Leñero y Scherer caminaron de madrugada?


I. La omisión

En el listado de los grandes escritores mexicanos, tanto el público general como la crítica especializada olvidan un nombre que merecería figurar entre los más encumbrados: Vicente Leñero. Por su encomiable labor en Excélsior y Proceso, pero sobre todo por Los periodistas, objeto de esta reseña, su obra interesa más a los reporteros, a los comunicadores, a los defensores de la libertad de prensa y a los estudiantes soñadores de la Carlos Septién que a los poetas o a los artistas contemporáneos. Con este escrito pretendo contribuir a disipar tan grosera y, sin embargo, natural omisión.


¿Por qué natural? En la literatura más elevada, aquella que pertenece a los círculos de la alta cultura, sigue habiendo, para bien y para mal, prerrogativas de todo tipo: temáticas, genéricas, técnicas, estilísticas... Los jóvenes que, como yo, anhelan ascender en el sendero de las artes deben someterse a una dura rutina de fortalecimiento y desbroce intelectual: La jornada, Proceso, las marchas y el activismo político son exclusivamente el punto de partida, el escalón inicial. Después, es necesario devorarse a David Lynch y a Woody Allen (al que uno detesta por sus abusos contra Soon-Yi); hay que leer a Proust, a Houellebecq y, los más modernos, a Pati Smith. The New York Times, El País, Letras Libres y, si se puede, nuevas páginas de anarquismo queer, revistas avant-garde con líneas editoriales más adecuadas al siglo XX. Los tiempos son veloces. Quienes siguen una ruta más ortodoxa y académica, más de Octavio Paz y de los clásicos grecolatinos, terminan por excluir igualmente a escritores como Leñero. Yo mismo, he de confesarlo, abrí el libro con desconfianza, pensando en que encontraría un texto similar al centauro In cold blood solo que sin la afectada pulcritud del estilo de Capote.


¿Por qué grosera? Ofeceré cinco argumentos para que esta defensa razonada no pase por panegírico demagógico: la novela testimonio (ciudad y mundo), la estructura y la técnica narrativa, el estilo y la trama, Los periodistas en la historia literaria y, finalmente, como conclusión, la dignificación de lo prosaico.


II. Cuatro argumentos y una conclusión argumentada

II.I. La novela testimonio

Superficialmente hablando (si es que la sensibilidad humana y la nostalgia son asuntos de poca monta), los amantes de la ciudad (como yo), quienes disfrutan caminar por el centro y ver los edificios hundidos y derruidos por los años y la pésima planificación, quienes aman conocer a los personajes y fantasmas que pueblan las calles del otrora Distrito Federal (sus chismes y sus grandes episodios), quienes gozan al ver automóviles viejos, al espiar ancianos en los parques y al visitar panteones encontrarán gran placer en las páginas de Leñero, en las que sin las impostaciones de Roma (nada tengo contra la película de Cuarón) podemos ser testigos del México que alguna vez fue, un sitio donde todos los oficinistas usan trajes pesados, donde el PRI de la vieja guardia y sus dinosaurios resuelven los asuntos a la mala, donde ejidatarios corruptos e intelectuales políticos se debaten en Reforma y Bucareli, en cantinas; la urbe que fue, la misma de siempre: "Es tu tema, tu vida, digo a Julio, porque de pronto voy caminando al lado de Julio Scherer García por Paseo de la Reforma a la una y media de la mañana".


El libro, a caballo entre el reportaje periodístico y la novela clásica, tiene un enorme valor testimonial; no es solamente una historia en cuyas intrigas el lector puede hallar placer y extraviarse, sino que, como señala el propio autor en su introducción, da a conocer las insidias y los reveses del golpe que Echeverría le asestó a Excélsior en 1976 y con el cual nació Proceso. (Recuerdo que cuando viajaba en el apretado asiento trasero del Volkswagen de mi abuelo, tenía que batallar por abrirme espacio sobre los alteros de la revista; encontraba lugar entre el rostro de Salinas sonriendo cínicamente, Vicente Fox apesadumbrado y Andrés Manuel colérico… El semanario ocupa un lugar importantísimo en la vida cultural de nuestro país.) Así, cercano a la fuente historiográfica, sirve de reportaje, de cámara que captura la vida política de México: el universo periodístico y sus actores más importantes, las contradicciones del régimen de Echeverría, que, según se dice, pretendía abrirse a los medios de comunicación, dar cabida a la libertad de prensa, dialogar con los intelectuales y vindicar al tercer mundo; todo esto, además, mientras fortalecía el gasto público. A menos de diez años del 68 y en plena Guerra Sucia, la narración transcurre en un ambiente que recuerda vagamente al de las novelas de Artl, un ambiente vivo, de cigarrillos y discusiones, de estrés laboral, de papeles y de documentos, de trámites burocráticos y trámites burocráticos, de kafkianos enredos legales.


No basta con conocer la historia, las políticas públicas que implementó tal o cual presidente, la música que se escuchaba, la ropa que se vestía. Los verdaderos curiosos estamos sedientos de conocer la contextura de otras épocas, la actitud de su gente, la vida de sus calles. Quienes padecemos tal enfermedad, apelamos a la sentencia de Aristóteles: la Historia cuenta las cosas tal cual sucedieron; la Poesía, tal cual debieron haber sucedido; el mundo de lo real contra el mundo de lo verosímil. Este libro, síntesis entre el reportaje y la novela, consigue, ya lo dije, retratar el universo periodístico de los años setenta: tras ello, uno siente que verdaderamente conoce mejor los delirios y proyectos de Echeverría, la prensa se vuelve un ámbito entrañable y familiar; al cruzar Reforma, uno sabe más cosas, uno vive con mayor intensidad.


Either you walk the walk, either you shit the shit. En aras de vivir con más profundidad, la clase media contemporánea intenta apresar lo genuino, reconstruir el pasado, asir la esencia y la autenticidad de un mundo que ya feneció. De allí nace nuestro amor por lo vintage, el gusto que provocan las series de narcotraficantes y la nueva película de El complot mongol, los éxitos de Agustín Lara grabados por Natalia Lafourcade. Sin embargo, either you walk the walk, either you shit the shit: el sistema, sea lo que sea, engulle todos los movimientos contraculturales y hace de todas las búsquedas genuinas productos de alta calidad. No es raro sentir que las pasiones son de plástico, que lo verdadero se ha perdido, que los que alguna vez nos pareció íntimo y significativo es uno de los muchos placebos anímicos con los que atemperamos las reumas filosóficas. Que no quede duda: ya sea el camino del arte o el de la prensa, Leñero walked the walk. Y eso no se compra ni se explica: se lee y se vive.


II.II. La estructura y la técnica narrativa.

Que Rayuela y la novela abierta, que El palacio de las blanquísimas mofetas y la superposición de planos, que los escritores del boom leyeron a Faulkner, a Joyce y a Pound, que los libros polifónicos, que el neobarroco… Nadie niega tales logros. Sin embargo, Los periodistas no se queda atrás: utiliza con desparpajo y arte, con rotunda felicidad todos los recursos literarios que tenía a la mano. En su división más grande hay tres bloques que siguen un itinerario cronológico: "PRIMERA PARTE / EXCÉLSIOR", "SEGUNDA PARTE / EL GOLPE" y "TERCERA PARTE / PROCESO". Estas secciones se subdividen en capítulos, cada uno de los cuales utiliza una técnica narrativa diferente: stream of consciusness o monólogo interior, interrogatorio policiaco, minutas de asambleas, reproducción textual de partes y comunicados de los diarios y del gobierno, saltos hacia delante y hacia atrás en el tiempo (evitaré usar la enredosa terminología especializada), un guión teatral, un guión de película, una narración "normal" en primera persona… Todas estas formas de contar los hechos dotan de dinamismo narrativo a una historia que por su carácter burocrático podría resultar monótona. Simultáneamente, los recursos de los que Leñero hace gala lo alejan del reportaje e inscriben con ello a su texto en uno de los géneros literarios más trabajados del siglo XX. Lo anterior le permite dialogar de tú a tú con los latinoamericanos cuyos títulos fueron traducidos a todas las lenguas del mundo. Señalo, además, que si bien es cierto que sus páginas no poseen el cuidado artificioso y la sutileza trascendente que persiguen los más delicados demiurgos, sí logra, me parece, los fines estéticos que persigue. Lo experimental es aquello que propone y que, no obstante, no alcanza: Los periodistas es una novela realizada, contundente, veloz y madura: nada más.


II.III. El estilo y la trama.

Hablé de contundencia, velocidad y madurez. Tres adjetivos que califican también el estilo de Leñero. Conviene abandonar los abstractos. Él es capaz de darle una voz propia y verosímil a decenas de personajes (verdadero camaleón); reproduce el inconfundible dejo administrativo que tienen los burócratas mexicanos; hace lo mismo con los pesados y deliciosos documentos legales que circulan en sus páginas; dibuja fielmente el tono que tienen las asambleas cooperativistas de Excélsior (y que es el mismo tenor de todas las asambleas). Cuando es necesario, narra sin más, con una prosa tan transparente que logra que el lector se olvide de que está leyendo. Las oraciones son gramaticalmente simples. Los adjetivos inmediatos y necesarios. El estilo es, me parece, perfecto: eficaz, poco suntuoso, el que la novela requería. Ya casi nadie escribe así: la literatura no recorre esos caminos y los periodistas no cuentan con esos recursos.


En cuanto a la trama se refiere, cabe destacar el hecho de que el libro es, ante todo, una intriga político-administrativa. El narrador consigue exponer los pormenores del conflicto, sus minucias jurídicas, sus salvedades forenses, y los utiliza para generar tensiones: es casi imposible abandonar la lectura. En este sentido, la novela se aparta de las prerrogativas temáticas que, según apunté más arriba, definen al arte más puro, más etéreo. Aunque la técnica, el estilo, el género y los alcances coinciden en intención y altura con los de muchas de las grandes creaciones, su tema y las pretensiones que la sustentan (el numen) no son los de Darío, los de Tablada, los de Rulfo, los de Fuentes… El arte es variado; hay muchas búsquedas. No obstante, también hay cánones. Ojalá que aquello que ha obrado en contra de esta obra de Leñero juegue ahora a su favor: las trama es policiaca, interesante, veloz, llena de giros, de problemas inmediatos que deben resolverse, de seres que persiguen afanosamente el poder. Hoy que Netflix estrena minuto a minuto historias similares, que el género detectivesco y de espionaje llena las salas de los cines, ¿por qué no entregarse a la lectura de una historia que consigue un maridaje imposible (el de un tema apresurado y, según las convenciones, prosaico con una forma digna de las mejores piezas literarias), de una intriga de la que no es posible despegarse y que, sin mayores esfuerzos, es una excelente obra? Toda proporción guardada, ha habido logros semejantes: Poe introduce el horror al plano de la alta literatura; después de Bram Stoker nadie desdeñaría jamás una novela de vampiros… Mientras los textos se defiendan, debemos ampliar nuestro espectro de lectura.


Conviene prestar atención a las palabras de Julio Scherer que el propio Leñero transcribe en su libro: "Éste no es un testimonio personal, es una historia colectiva". En los poemas suele haber una voz lírica que expresa sus sentimientos; en las novelas, un protagonista, un héroe que se enfrenta al mundo o que lo padece. Pero Los periodistas se suma a una la lista enorme y afortunada de novelas que tratan problemas colectivos: Los bandidos de Río Frío, La región más transparente, Pedro Páramo, o, más cercana a estas fechas, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe. No me interesa debatir el hecho discutible de si existe en la novela mexicana una tradición de la novela colectiva. Sólo quiero subrayar el hecho de que yo mismo, al comenzar el libro, lo enfrentaba, sin saberlo, con un ánimo ligeramente desdeñoso: «es un libro que es una serie de Netflix que es Spotlight que es justo el tipo de literatura que no me interesa a mí que soy tan culto y refinado». A la segunda página ya no estaba en mi habitación, sino en las oficinas del diario; al final, asistía conmovido a las reuniones en las que los periodistas se daban ánimos unos a otros (Scherer, Granados Chapa, Leñero, Froylán, Marín, Pepe Reveles…); me sentía parte de esa comunidad heroica. En tiempos de individualismo a ultranza, de genialidades singulares y, hay que decirlo, de posmodernas y pretensiosas experimentaciones colectivas, Los periodistas tiene mucho que decir y pese a que Leñero es un personaje diminuto en el desarrollo de la diégesis, lo dignifica el trabajo artístico con que construyó su testimonio: el artista no es protagonista, es testigo.


II.IV. Los periodistas en la historia literaria.

Con menos cuidado e igual éxito, Leñero, sin proponer otras, utiliza las más innovadoras técnicas que su tradición le ofrece. Desde este punto de vista, dialoga con cuanto libro desee añadirse a la lista: Los recuerdos del porvenir, El principio del placer, La casa verde... Obligado a hacer afirmaciones arriesgadas (y, naturalmente, parciales) para comunicar el hecho, me atrevería a declarar que desde el romanticismo se han acentuado en la narrativa características como la preponderancia de la subjetividad, la disolución de los conflictos externos y la exacerbación de los problemas psicológicos de los personajes, la acrasis y la reflexión metaliteraria.


Los periodistas (1978) tiene su propia genealogía: pocos años antes, Poniatowska publicaba La noche de Tlatelolco (1971). Su parentesco se expresa no solamente en la estructura novedosa, en la multiplicidad de voces y en el cariz político de los textos (que pretendían, sostengo, incidir fácticamente en la vida pública). Ambos constituyen una inserción afortunada de lo periodístico en lo literario (o, si se quiere, viceversa). Jugando a las asociaciones, ¿por qué no hablar de La sombra del caudillo, ficción de prosa elevada en la que Martín Luis Guzmán dio cuenta del asesinato político de Francisco Serrano? De hecho, la novela de la revolución es un territorio fecundo en el que se hermanaron la lucha política y la creación estética. (Y nadie sabe a ciencia cierta cuándo termina la Revolución mexicana.) Muchos de los valores del texto en cuestión son los que en su momento tuvo Los de abajo, de Mariano Azuela: novela testimonio, novela denuncia, novela de calidad literaria. Algunos de sus episodios recuerdan a las complicaciones políticas de Bedolla en la máxima obra de Payno, Los bandidos de Río Frío.


V. Conclusión o la dignificación de lo prosaico

He eludido conscientemente las virtudes más evidentes de Los periodistas: es un libro que habla acerca de la libertad de prensa, que levanta la voz contra las tropelías del régimen priísta. Es verdad: si nuestros periodistas y novelistas (y nuestros críticos literarios) fueran más como Vicente Leñero y menos como son, México sería otro (mejor). Mi desvío (mi reserva) obedece a que las condiciones sociales y literarias han cambiado. Situarse políticamente es una tarea dificilísima: el exceso de información es una nueva manera de controlar a las masas; la libertad de expresión, muchas veces sin conciencia de clase, sirve también como arma del capitalismo contra quienes luchan sin concesiones por un mundo mejor. Así, elegí mejor hablar del arte, terreno más conocido por mí y de igual envergadura. Aquí, la operación del libro es magnífica: la dignificación de lo prosaico.


Examina un tema común, un asunto político, y lo trata con tal variedad de astucias y de refinamientos que hace con ese barro una magnífica escultura, una gran pieza. Muchos artistas contemporáneos que conocen la obsolescencia exhaustiva en nuestra sociedad de consumo se afanan en reproducirla. Algunos dicen que con ello problematizan, cuestionan e invitan a la reflexión. Mentiras: la alimentan y la propalan. Si la obra de Demian Hirst sigue viva es solo porque el mercado, la publicidad y el público son abusivos o despistados, porque somos incapaces de denunciar que el emperador desfila sin ropa por las avenidas. El camino de Leñero es el inverso: ellos hacen un arte deliberadamente fugaz; él, de un problema concreto y pasajero, hizo una larguísima novela; ellos innovan técnicamente; él recurre a las tradiciones y a las aportaciones de sus coetáneos; ellos se sienten universales; él reafirma su carácter vernáculo.


No le auguro a Los periodistas vida eterna: por su naturaleza (sobre todo por el tema), es un producto cultural con fecha de caducidad. Mas el plazo aun no se vence. Lejos de ello, sus páginas, ahora más que nunca, nos hablan. ¿Qué es lo que dicen? Dicen cuál es el México que ya no es; dicen que defendamos ante el régimen la libertad de expresión; afirman que toda masa sirve para preparar buena literatura; que los géneros, si las búsquedas son sinceras y se trabajan, están allí para subvertirse; que incluso lo perecedero y lo transitorio, los temas y los conflictos que expirarán, deben tratarse con arte, con oficio, con rectitud (esto es algo que el periodismo contemporáneo de good and efficient reporters parece haber olvidado: el estilo, el cuidado y, sobre todo, los valores trascendentes que justifican los actos cotidianos están en juego a cada paso).


Es uno el fin de la crítica literaria: escarbar en los textos para descubrir qué tienen todavía por decir. El crítico no debe buscar siempre renovar las lecturas; en ocasiones, lo que la sociedad requiere es repetir, de otra manera, lecturas muy viejas. Así, antípoda del epitafio, con esta reseña deseo afirmar que Los periodistas es, por el tema que trata, por la ciudad y el México que dejaron de ser, por su indeterminación genérica, por el lugar que ocupa en la historia literaria, por sus técnicas narrativas y por el desarrollo que de 1978 a la fecha sostuvieron las artes y la cultura de masas, una novela viva. Y las novelas vivas deben leerse. Paradójicamente, entre más lo hagamos, más rápido agotaremos sus temas, sus logros. Ojalá que mi generación pueda, en todos los sentidos, sepultar a Leñero. Es lo que yo, con ínfulas de grandeza, en el fondo deseo.



Eugenio Sejó

2 de mayo de 2019

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