por Eugenio Sejó
Christopher Domínguez Michael elaboró para Letras Libres un comentario crítico, erudito y agudo ("La actualidad de una ilusión") de Aquellos que dejamos de ser. Ficción y nación en México, de Paola Vázquez Almanza. Aun siendo breve, su escrito es más de lo que aparenta: se trata de una rendija que permite que sus lectores entreveamos la perspectiva que tiene Michael de la modernidad, de la historia mexicana reciente y de los conflictos del presente y del futuro, y que coincide, más o menos, con la de muchos intelectuales contemporáneos, en especial los de Letras Libres. Yo, a mis veintidós años, acaso como otros jóvenes (no lo sé), estoy en desacuerdo con esa visión. A continuación, expondré mis argumentos. (Iré siguiendo, más o menos, el orden de "La actualidad de una ilusión".)
No es ningún secreto que Christopher Domínguez Michael es un defensor del liberalismo y de la democracia (banderas que, entre otros, Octavio Paz enarboló, y que muchos de sus cercanos izan y ondean a diario, en libros, foros y cuantos medios tienen al alcance). En gran medida, tienen razón. Si penetramos en la actualidad, si vivimos con los ojos abiertos, a todos nos preocupa que en el siglo XXI las democracias occidentales tradicionales han entrado en crisis y que ante este fenómeno pueden resurgir viejos fantasmas (los espíritus siempre merodean). En Alemania, la ultraderecha y el totalitarismo; en Europa y Estados Unidos, la xenofobia; en Latinoamérica, los populismos, con sus caudillos y sus dictadores… La lista de peligros es inagotable. Nadie sabe qué nos depara el mañana. No obstante, también la democracia y libertad, esos ideales tan defendidos, tienen que ser cuestionados con seriedad y modificados sustancialmente (no eliminados). El objetivo jamás será revivir viejos (o no tan viejos) demonios, sino salir de aquello que Octavio Paz describió en El laberinto de la soledad: la "sinuosa pesadilla" de la modernidad, "en donde los espejos de la razón multiplican las cámaras de tortura"[1].
Quisiera señalar, para no pasar por un lopezobradorista a ultranza y para empezar a tratar los asuntos sustantivos, que muchos de los jóvenes universitarios que votamos por López Obrador no lo hicimos porque suscribiéramos su ¿proyecto? ni porque lo tuviéramos por el salvador que acabaría con los desgarradores problemas nacionales, sino porque, cuando menos discursivamente, se opone a una visión de mundo y a un modelo social y económico cuyo fracaso es evidente (más adelante quedará claro este punto).
Ahora bien: a diferencia de Michael, yo sí soy alguien que se considera capaz de (y obligado a) "denominar a su época en términos de decadencia"[2]. No lo hago con ínfulas de superioridad. Simplemente me pregunto: ¿cómo podremos mejorar la actualidad, hacer modificaciones de gran calado, si no calificamos, si no adjetivamos y no analizamos aquello que nos parece negativo? Al pan, pan; al vino, vino. Precisamente, tal es la labor de los intelectuales: los escritores y los artistas han sido eternamente quienes señalan la decadencia de sus tiempos, sus imperfecciones, las tristezas y las nostalgias que los invaden. ¿Qué hicieron Cervantes, Poe, Baudelaire, Darío, Couto Catillo, Wilde, Rulfo…? ¿No denunciaron hermosamente el hueco, la tristeza, la decadencia, el vacío, el spleen y el horror que esconden sus épocas? José Martí exclamaba: "ruines tiempos". Sor Juana Inés de la Cruz nos permite ver en sus cartas el esclerosamiento de la sociedad novohispana de la Contrarreforma. Proust nos legó sus siete libros de À la recherche du temps perdu. La intelligentsia está obligada a nombrar los males.
Mi desasosiego con Michael, como el suyo con Vázquez Almanza, "atañe a su perspectiva moral"[3]. Mi generación es heredera de una tradición cuyo fin y condena son cuestionar la modernidad y el capitalismo, y, más recientemente, la posmodernidad y el neoliberalismo. Y criticamos con ello algunas de sus bases, sobre todo las que en los últimos treinta años han tomado un cariz terrible, que sirven de máscara a horrores, como, por entrar en materia, la disolución de las identidades regionales.
Efectivamente, los estados nacionales, con los procesos de globalización que trajo consigo el neoliberalismo, se han debilitado. No son tan capaces como otrora de dar cohesión ni identidad social. Sería absurdo predicar en este contexto una vuelta a los patrioterismos; hay que ser extremadamente cuidadosos, porque cuando un país convoca a la cerrazón, a odios beligerantes, a racismos, a la insularidad (como sucede de modo alarmante en Europa occidental y en Estados Unidos), el aire se tiñe de sangre. Pero sí creo que la "la identidad nacional" posee una magnífica "capacidad de resistir a la globalización"[4]. ¿Por qué?
Al hablar de la cultura, Domínguez Michael afirma que vence "la cultura a secas contra los devaneos identitarios del poder". Y añade: "En el peor de los casos, la pedagogía estatal y la cultura viva, sea popular o elitista, conviven dándose la espalda"[5]. Eso es falso. La cultura estatal, aunque sea pedagógica, también puede estar viva. Lo estuvo, por ejemplo, en el muralismo mexicano y en la música del nacionalismo. Fuera de los nacionalismos, hay infinidad de ejemplos en los que el arte está directamente asociada al poder político. Gran parte del arte prehispánico era un arte religioso. El arte católico que impulsó la Iglesia estuvo obviamente vinculado al poder. La arquitectura virreinal, con su magnífico barroco, pertenecería a la "pedagogía estatal". Virgilio era cercanísimo a Augusto; de hecho, la piedad de Eneas es una loa tácita al proyecto pacificador del líder de Roma.
Quisiera también llamar la atención sobre el hecho de que la supuesta "cultura viva" de nuestra época está, para muchos de nosotros, muerta, porque responde a "los devaneos identitarios del poder", no político, sino económico. Como diría Octavio Paz:
Lo más grave fue el cambio de la situación social de los artistas: en nueva York las galerías de arte, unidas estrechamente a los grandes consorcios económicos, dirigen y promueven los movimientos artísticos (a veces los inventan), dominan a los museos y se han apropiado de las funciones que antes correspondían a los críticos. Los poetas han dejado de ser la conciencia del arte moderno. (Pero ¿el arte moderno tiene todavía conciencia?) La gran rebelión del arte y la poesía comenzó con el romanticismo; un siglo y medio después los artistas han sido asimilados e integrados en el proceso circular del mercado. Son un tornillo más del engranaje financiero[6].
¿Qué ha pasado, verbigracia, con el Día de Muertos? Esa fiesta era una verdadera vuelta al pasado. Toda tradición es recuerdo. Pero el primero y segundo de noviembre, nuestra tradición es (era) la de la ofrenda: el recuerdo de recordar. Alimentándolos, recordamos a los muertos, quienes, al heredarnos la tradición, nos enseñaron a recordar. ¿Somos nosotros quienes los recordamos o son ellos quienes nos recuerdan, ya muertos? Además, nuestra iconografía de la muerte, hija de Posadas y de las artes prehispánicas (en especial del arte mexica en el altiplano central) nos pone en contacto, cómica y atrozmente, con el destino de la vida: el silencio y la obsidiana. Nos reímos de la muerte. La palpamos. La única manera de vivir es por medio de la memoria y la tradición. ¿Y después? Esa cultura viva de Hollywood (que a Michael no parece causarle ninguna molestia) nos trajo Coco. Las autoridades de la Ciudad de México (que ahora es una marca), hicieron un desfile diseñado para turistas, donde mi generación se disfraza de calaveras y de zombies, escuchando a Gael García para regocijo de los europeos. Es cierto: hay vida, vida global. Ya un alemán entiende tan bien nuestra tradición, porque Pixar logró apropiarse de ella. (Habría que releer con igual provecho a los autores de la Escuela de Frankfurt, que nos explicarían el fenómeno.) Mientras tanto, los mexicanos asisten exultantes y ciegos a Reforma. En este caso, para mí, la tradición sí se ha vaciado, ha perdido contenido humano profundo. De ser una realidad de barro, hueso, copal y flor, pasó a ser una costumbre de plástico, IMAX y publicidad. Las identidades nacionales o regionales, la alteridad, la resistencia geográfica y cultural, las raíces, sí pueden ayudar a combatir esto. En cambio, Michael arguye: "durante el cardenismo, desde luego y después en el populismo de los Echeverría y de los López Portillo, la ilusión identitaria parece adueñarse de la nación"[7].
Además, declara: "El neomexicanismo, por ejemplo, pregonado por el pintor Julio Galán en 1985 e interpretado por mi querido y recordado Olivier Debroise, fue en efecto nostalgia por un México perdido, cliché repetido –digo yo– cada vez que la nación se siente, inventándose, vigorosa"[8]. ¿Cómo afirmar que la nostalgia por un México o por un pasado perdido son un "cliché repetido" (incluso tratándose de Galán)?
Vuelvo a Octavio Paz: para él, la búsqueda de un presente y de un futuro siempre fue la persecución de un pasado y de una inasible identidad nacional. Toda su obra está atravesada por ese eje. Él fue el peregrino en su patria. Su máximo poema es "Piedra de sol": un recorrido por el pasado, por el recuerdo; un revivir lo pretérito, siempre idéntico y nunca igual, para alcanzar el instante, el amor, la luz, el agua y la palabra. Su ensayo óptimo, El laberinto de la soledad, es un intento de explicar la Historia a partir de la Poesía, de ver la realidad invisible del pasado, de encontrar en un ayer las respuestas que el hoy no puede ofrecer. La quête, claro, es universal: todos los hombres nos sentimos desgarrados. Pero dado que México sí existe (aunque sea una invención política, histórica y humana) y dado nuestra historia particular ha sido un desafío y un sueño de la modernidad, añorar un pasado es perentorio. De hecho, el pasado, en mi opinión, no es otra cosa sino una nostalgia y un trauma del presente. El espejo de Narciso. El río de Heráclito.
Quiero ir más allá. Julio Cortázar escribe hermosamente en Rayuela: "¿Qué es en el fondo esa historia de encontrar un reino milenario, un edén, otro mundo? Todo lo que se escribe en estos tiempos y que vale la pena leer está orientado hacia la nostalgia"[9]. Borges, en "El Sur", narra la historia de un argentino que quiere morir como gaucho, a cuchillo. Joyce renueva la literatura escribiendo una historia muy vieja: la de un hombre que muere por volver a casa, temeroso de que su mujer lo haya engañado. De Pound y Eliot mejor ni hablar, porque todo lo que diga puede ser usado en mi contra. El muralismo mexicano y después Tamayo lograron crear simultáneamente un arte del presente (muy moderno) y una visión del pasado. Cien años de soledad concluye con el huracán ciclónico que destruye Macondo, cuando el penúltimo Buendía lee las antiguas profecías de Melquíades; en ese mismo libro, Aureliano Buendía muere al orinar en un árbol, cuando, después de años de guerra y silencio, cede a la nostalgia. Carlos Castaneda, realidad o ficción, abandona el saber antropológico para hacerse brujo.
Ahora bien: esos anhelos profundos del alma, genitores de las melancolías y las identidades, no son únicamente problemas culturales. Son también asuntos políticos. Y la historia mexicana reciente lo demuestra de forma trágica. A mí me gusta urdir en las metáforas del tiempo. Carlos Salinas de Gortari, máximo artífice del neoliberalismo nacional, era un gran lector de Womack y nombró a su hijo Emiliano, pese a haber firmado el TLCAN y haber deshecho el campo mexicano. Posteriormente, tuvimos a Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto, que de historia no sabían casi nada. Como tecnócratas y empresarios, veían al futuro. Desconocían a Jano, a Clío. Pero la negación de lo pretérito nos tendió una trampa. Andrés Manuel López Obrador es, como dijo Krauze, un "presidente historiador", que no para de hablar del pasado, porque, incluso siendo la sombra de un estadista, conoce de sobra el peso del pasado. Su lema de campaña: "Juntos haremos historia". Esto, naturalmente, sucede en todo el mundo. Donald Trump, copiando a Ronald Reagan (¡a Reagan!), pregona: "Make America Great Again". Ni la democracia ni las drogas ni el sexo ni el consumo ni el crecimiento económico son capaces de llenar un hueco humano tan profundo. Hay que decirlo con todas sus letras. Llevamos treinta años confundiendo los fines con los medios. Si no lo declaramos ahora, mañana habrá un segundo Hitler, otro Stalin o una segunda (enésima) Thatcher, que con horrores y vacíos multipliquen las miserias, que nos den espejos por oro, James Bond por nuestro Día de Muertos.
Coincido con Michael cuando critica a Obrador por ser una caricatura de la nostalgia. Pero, me pregunto: ¿a qué pueden aspirar muchos jóvenes, sobre todo los de la clase media (que es la que conozco y a la que pertenezco), cuando los modelos revolucionarios que los inspiran son los del 68 y los de la organización por medio de redes sociales? ¿No han sido los cambios que provoca la globalización los que han vaciado de contenido nuestros sueños? ¿No destruyeron el PAN y el PRI la educación humanista? Y, con todo, nuestra añoranza barata, nuestra deformación del Quijote es infinitamente más entrañable que el espíritu de los empresarios, de los nuevos políticos. Como diría Octavio Paz en "Piedra de Sol":
mejor ser lapidado
en las plazas que dar vuelta a la noria
que exprime la sustancia de la vida
cambia la eternidad en horas huecas,
los minutos en cárceles, el tiempo
en monedas de cobre y mierda abstracta…[10]
Al hablar de lo político, Domínguez Michael afirma: "la actual violencia identitaria es el resultado de una amplia reacción antiliberal". Cabría inquirir: ¿el campo mexicano entró en crisis por querer oponerse al liberalismo? ¿Quién profanó a quién: el EZLN al liberalismo de Salinas o el liberalismo de Salinas atentaba contra las comunidades indígenas? ¿No se implantó en el territorio nacional un modelo económico diseñado en Suiza, promovido por las potencias imperialistas, que reestructuró a la sociedad? Sé que parecerá retórica vacía, pero no lo es. El PRI, con todos sus defectos, ¿no había logrado diseñar un pacto nacional que se comenzó a desgarrar muy levemente después de Cárdenas (pienso en La región más transparente, El principio del placer y Las batallas en el desierto), que en los años cincuenta combatió con amplios sectores de la sociedad (sindicatos), que en los sesentas rompe con la juventud universitaria, que con López Portillo se hace insostenible…? Mi generación creció viendo televisión y pornografía, yendo a centros comerciales, fumando marihuana, escuchando pop, sin leer prácticamente nada. Las clases bajas de ahora se criaron con familias que no tenían más oportunidad que las maquilas o el crimen organizado. Viven en los anillos de miseria de las grandes ciudades. Los ricos van a comprar a San Antonio y vacacionan en Cancún. Recomiendo a Fernanda Melchor. Coincido con Vázquez Almanza. Y hay que ser más marxistas: la realidad material cambia y cambian las ideas. El antiliberalismo es, las más de las veces, producto de los fracasos del liberalismo.
No es que Michael no crea la existencia de las naciones. Al contrario, explica: "Diría yo que existe un carácter nacional y que en su belicosidad —para abordar únicamente lo más grave— solo puede ser sometido por las reglas, mecanismos y contrapesos de una auténtica democracia". Como si no lleváramos veinte años de vida democrática, de IFE y de violencia ingente.
Quisiera, con brevedad, ir al fondo del asunto. Los proyectos de las democracias neoliberales y globalizadas no son un proyecto humano sostenible a largo plazo (como tampoco lo es el populismo). En primer término, está el freno ecológico, que no permitirá que el mundo siga el mismo derrotero durante mucho tiempo más. No podemos ser optimistas: ni México ni Europa ni Estados Unidos ni las potencias asiáticas han sido capaces de atemperar, al ritmo que el medio ambiente lo demanda, el desgaste de nuestro planeta. Por desgracia, Bernie Sanders se vio recientemente obligado a claudicar. En lo económico, Pikety ha desmantelado muchos de los grandes mitos en torno al capitalismo y a las premisas sobre las cuales se asienta. En lo artístico y cultural, el mercado es capaz de devorar todos los movimientos y las opiniones, de cooptar las críticas, de deshacer el tejido social de resistencia y de llegar a todos los ámbitos. Nuestro malestar no sólo es espiritual: está fundado en lo que de hecho sucede. Lo que está en juego es nuestra sed de pasado, nuestra opinión del presente y el proyecto del futuro.
Tal vez convenga cerrar con un comentario a Enrique Krauze, quien en su ensayo "El desaliento de México" proclama: "¿A qué se debe entonces la aguda inconformidad con el funcionamiento de la democracia? La falta de memoria histórica es una causa genuina, pero menor. La mayor apunta a tres palabras vinculadas en la imaginación pública –y en la realidad– con la política y los políticos: corrupción, violencia e impunidad"[11]. Flaca respuesta para un historiador ahijado de Paz. La corrupción, la violencia y la impunidad no son causas, sino consecuencias. Pareciera que Krauze desea eludir (¿intencionalmente?) el fondo del asunto. Como si Marx, Freud y Nietzsche, grandes teóricos y críticos modernos, no hubieran puesto el dedo en una llaga más honda. Como si logrando eliminar esos tres males no nos quedaran todavía los peores, los de fondo: la desigualdad económica, la falta de valores, la crisis ambiental, el extravío del Ser, el imperialismo… Él se congratula de que "casi todas las tácticas del PRI han quedado en el olvido". Enhorabuena. Sin embargo, es hora de alzar la voz y decir, cuando menos para que se discuta públicamente, que la democratización fue también un proceso en el que el gobierno cedió sus poderes a manos privadas, que no venían por el bienestar, sino por las utilidades. La libertad de prensa y el exceso de información es la nueva estrategia de los grandes poderes para desorientar la opinión pública. Las redes sociales, "juez ubicuo e impalpable" según Krauze, multiplican las estupideces y no consiguen una organización social profunda. La abundancia y las libertades, ¿nos han hecho genuinamente más felices? Algo de razón tienen Krauze y Michael, pero hay algo más. Los males que describen son, en gran medida, consecuencias del sistema político y económico que defienden. Michael, gran lector de novelas y conocedor del siglo XIX, podría recordar a sus grandes teóricos, a Lukács y a Isaiah Berlin, por citar dos nombres. Vivimos en una nueva y más sutil "dictadura perfecta", con imprecaciones tanto de Orwell como de Huxley.
Yo también le tengo miedo a la palingenesia. Las explicaciones metahistóricas pueden ser peligrosas. José Vasconcelos es un caso nacional paradigmático, que debe servirnos de escarmiento[12]. El presente nos demanda memoria, crítica y creatividad; es decir: pasado, presente y futuro. Pero para que el diálogo entre generaciones sea fecundo, para que podamos acabar con los siempre necesarios parricidios y heredar una tradición, es menester hacer un deslinde. Un deslinde que ya hizo el primer Octavio Paz. Un deslinde que intento realizar aquí, esta noche de pandemia, escribiendo afanosamente, nervioso por mi falta de erudición, con ganas enormes de prender un cigarrillo cuando me juré no volver a fumar. Un deslinde que hicieron Cuauhtémoc e Ixca Cienfuegos. Un deslinde que es, en mi opinión, el objetivo último de la Poesía y de la Historia. Un deslinde que, acaso con demasiado rencor e infinita desesperanza, siento que Domínguez Michael no está dispuesto a hacer. Él habla de "cultura a secas"; Krauze, de "democracia sin adjetivos". Únicamente la crítica, el amor y la poesía nos devolverán el presente. La realidad tiene que dejar de ser una ilusión.
P.D. Hablo mucho de Octavio Paz para que, como dijo Alfonso Reyes, "nos vayamos entendiendo". Por eso y porque, aunque los jóvenes lo detesten, es el pensador mexicano más importante. Y Letras Libres teóricamente hereda sus ideas.
[1] Octavio Paz 2014. Obras completas, V. El peregrino en su patria. Historia y política de México. El laberinto de la Soledad. México, FCE, p. 194. [2] Estos entrecomillados sin referencia son palabras de: Christopher Domínguez Michael 2020. "La actualidad es una ilusión", Letras Libres [versión en línea], https://www.letraslibres.com/mexico/revista/la-actualidad-una-ilusion [consultado el 10 de abril de 2020]. [3] Idem. [4] Idem. [5] Idem. [6] Octavio Paz 2014. "Prólogo. Repaso en forma de preámbulo" en Obras completas, IV. Los privilegios de la vista. Arte moderno universal. Arte moderno universal. Arte de México. México, FCE, p. 12. [7] Christopher Domínguez Michael, art. cit. [8] Idem. (Las cursivas enfáticas son mías.) [9] Julio Cortázar 2017. Rayuela. México, Alfaguara, p. 403. (Las cursivas enfáticas son mías. Compárese la cita con la anterior de Michael.) [10] Octavio Paz 2014. "Piedra de Sol" en Obras completas, VII. Obra poética. Libertad bajo palabra. La estación violenta. México, FCE, p. 232. [11] Enrique Krauze 2016. "El desaliento en México", Letras Libres [versión en línea], https://www.letraslibres.com/espana-mexico/politica/desaliento-mexico [ consultado el 10 de abril de 2020]. [12] Nicolás Medina Mora Pérez 2020. "Vasconcelos y los secretos de la regeneración nacional", Nexos, núm. 505. pp. 60-71.
Estimado Eugenio Sejó, recién doy con tu respuesta a la reseña de M.D. a mi libro. Me pareció muy interesante leerte. Me gustaría saber si tuviste oportunidad de leer "Aquellos que dejamos de ser", me interesaría conocer tu opinión. Saludos, Paola.