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Salir adentro y entrar afuera



Pese a mis inclinaciones filológicas (considero que el amor a la palabra es una manera de resistencia social contra los inasibles demonios del mundo contemporáneo), nunca me he molestado en averiguar quién fue el primero en afirmar que cada cabeza es un mundo. Asumo que se trata de una de esas cantaletas que las tías suelen sacar a relucir en los funerales sin que a nadie le importe mucho. En todo caso, reconozco que los pasos de cada humano, su configuración genética, los gestos con los que discute y también sus anhelos son visiones, experiencias y sensaciones irrepetibles que parecen afirmar la realidad individual.


De unos meses a esta parte, el problema del individuo y de la colectividad me ha obsesionado. Fatigado por mis inquietudes políticas, nació en mí el vehemente deseo de abandonar parcialmente las letras y estudiar derecho, economía o programación, cualquier actividad, en fin, que me permita incidir en la mejora del funcionamiento social, incorporarme eventualmente a una fiscalía, a un partido político o a una corporación, y, por qué no, juntar algunos centavos. El mundo, reflexionaba, no es ni de los filósofos ni de quienes nos dedicamos a indagar si Góngora es estoico o epicúreo. Ni las hermosas importaciones de Boscán y Garcilaso ni las secretas relaciones intertextuales entre Borges y Dante cuentan realmente. Más bien son los grandes contratistas y quienes diseñaron los elaborados algoritmos de Cambridge Analytica los que sin lugar a dudas están urdiendo la materialidad de la que nacerán las inquietudes y deseos de las nuevas generaciones. Concluía que debía sacrificar mis pasiones en aras del éxito social y de la retribución.


Para ahondar el problema, comencé a trabajar hace un par de semanas. Mi labor consiste en adentrarme en los kafkianos meandros de las reformas fiscales y en redactar artículos acerca de ellos. Cada cabeza, bien decía mi tía I., es un mundo, y he sufrido mucho al enfrentar el mundo de mi cabeza contra el mundo de cabezas reales que trabajan a plazos fijos, que analizan legajos cuyos detalles no deben pasarse por alto, pues tienen que ser incorporados a elaboradas fórmulas matemáticas que, menos por estulticia que por ignorancia, desconozco.


Tanto en el trabajo como ahora que debo escribir un artículo más acerca de algún problema político, me veo obligado a entrar al mundo, a entrar afuera. Entonces me parecen unos farsantes los miles de escritores que han opinado sin ton ni son de las relaciones internacionales y de la jurisprudencia, cuando nosotros, los que tenemos al cálamo por oficio, habitamos en otro plano, cuando los asuntos graves y solemnes están siempre en los detallles, detalles ya muy complejos como para que ellos (yo, nosotros), que jamás asistieron (asistí, asistimos) a cursos ni de econometría ni de iteraciones podamos comprender nada plenamente, y en el fondo está bien así porque estamos en pleno siglo XXI, y, de nuevo las tías, zapatero a tus zapatos.

A veces, cuando llego a los altos e impersonales edificios de oficinas en los que paso ocho horas diariamente, intento recordarme que si decidí dedicarme a las letras fue para salirme de un universo que me parecía fementido e inhumano. Prefería dedicarme a la estéril tarea de comprender al hombre. Deseaba, por decirlo de algún modo, salir de todo ello para alcanzarme a mí, añoraba salir adentro. Pero vez con vez siento más y más que en tiempos de relaciones tan complejas, donde todo está tan falsamente unido y tan verdaderamente roto, tan global, tan homogéneo en lo superfluo y tan heterogéneo en lo absoluto, de poco sirven mis palabras.


Tendré, más bien, que hacer fila en el banco, que comprender cuáles son los beneficios fiscales de una cuenta de ahorros y por qué la nueva iniciativa de ley resula demasiado rigurosa para un sector empresarial que desea eludir las inestabilidades sin que haya perjuicio para los trabajadores y beneficiando a todos los dichos interesados en cuestión.


Entraré afuera de mí y de todo lo que vale, con paso firme. Y, en consecuencia, prometo que mi siguiente colaboración en esta publicación será más real, menos de salir adentro y más de entrar afuera. Poco a poco, con suficiente diligencia, las fronteras se irán desdibujando. Acaso conozca entre ustedes (afuera de mí) la verdadera felicidad (que no es la mía).


Octubre 2019

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