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Al filo de la navaja: el papel la izquierda durante el sexenio





Foto tomada de imparcialoaxaca.mx



Yo voté por Andrés Manuel porque consideraba necesario que se cancelara el NAICM; concluí que era más importante detener el desastre ecológico y social que provocaría el proyecto que atender la inminente catástrofe macroeconómica que según expertos puede generar la incertidumbre de los inversionistas extranjeros. También me parecía positiva la nueva estrategia contra la violencia: la criminalidad en nuestro país tiene su origen en las enormes desigualdades económicas, en la falta de educación, en la presión que el Estado ejerce sobre la población desfavorecida y en otros factores sistémicos; así, si yo hubiese nacido en Tierra Caliente, en una familia de narcotraficantes o secuestradores, probablemente, sin ser peor persona de lo que soy, me habría incorporado a las filas del crimen organizado. Inclusive defendía la Constitución Moral como un intento bienintencionado y malogrado por regenerar el tejido social. La enumeración podría seguir ad infinitum. En última instancia, mi diagnóstico y el de Morena se asemejaban: la introducción del modelo neoliberal a México en los años ochentas trajo consecuencias terribles para nuestro país, sobre todo en el ámbito social.

A poco más de dos meses del comienzo de la nueva administración, la situación es delicada. Son muchos los asuntos en los que, total o parcialmente, disiento del gobierno: la Guardia Nacional, el Tren Maya, la alianza de AMLO con Ricardo Salinas Pliego (no olvidemos que Esteban Moctezuma dirigió muchos años Fundación Azteca). El problema rebasa el plano ideológico y llega al administrativo.

La pregunta que intentaré responder brevemente es la siguiente: ¿cuál es el papel que la izquierda debe tomar durante este sexenio? Usaré, como un apoyo ilustrativo, el nuevo proyecto del FCE, un caso cercano a mí y relacionado con lo que me interesa —los libros y la cultura.

 

Gabriel Zaid fue el primero en lanzar una ofensiva contra las propuestas de Paco Ignacio Taibo II. Según Zaid, la fusión del FCE con la Dirección General de Publicaciones de la Secretaría de Cultura y la cadena de librerías Educal, S. A. de C. V., además de acarrear un desastre administrativo, destruiría el “patrimonio invisible del Fondo”: su fisionomía editorial. Bien podría responder sin beligerancia alguna que los libros del Fondo, inclusive los Breviarios y los de Colección Popular, no llegan a las clases bajas, sino que son leídos en su mayoría por los de siempre: la clase media ilustrada del país. «Ése es el mercado que persigue», afirmaríamos si el FCE fuese una empresa como cualquier otra. Sin embargo, los apuntes de Zaid no pierden su validez, y menos desde la perspectiva editorial.

Me permito añadir que el problema de la falta de lectura en México es de fondo, no del Fondo. La solución que Taibo propone —hacer libros más baratos, casi folletos— es una ocurrencia con desventajas editoriales y administrativas,  no un proyecto serio.

También Emiliano Álvarez lanzó un artículo en este mismo sentido. Aunque el tono me parece excesivo, hace algunas observaciones pertinentes: no todo lo popular y lo que escapa a la “alta cultura” es forzosamente bueno; la Brigada Para Leer en Libertad tiene sus muchas áreas grises; el buen trabajo editorial, como toda labor esforzada, cuesta; habría que subir los salarios de quienes no detentan un puesto mediano ni alto en el FCE; la lectura de libros preciosos, académicos y, ni modo, elitistas, tiene un sutil pero valioso efecto para la sociedad. En resumen: la bibliofilia es un privilegio de clase, pero contrarrestar este fenómeno resulta más complejo de lo que Taibo supone.

¿Por qué? Entre otras cosas, a causa de que nosotros, “los lectores voraces”, los hombres cultos, imponemos contenidos, formas de distribución y programas ideológicos. ¿Querer democratizar los libros es ya un deseo cuestionable cuando hay otras muchas otras formas de cultura (como la literatura oral, la música y un extenso y maravilloso etcétera)? No me atrevo a hacer afirmaciones.

 

Si hablé del FCE fue por tomar un ejemplo a la mano. Aunque los libros del Fondo educaron a muchas generaciones de lectores (a mí, por supuesto), los índices de lectura en nuestro país son bajísimos. Este asunto excede a Paco Ignacio Taibo como a otros directores. Todos los problemas nos rebasan; todos son sistémicos.

Resulta difícil hallar la posición que debo tomar como joven lector beligerante, como universitario consciente, como izquierdista activo, ante el nuevo proyecto editorial. Habrá quienes digan lo contrario, que la respuesta es simple: tenemos que ser críticos, ahora como siempre, con el régimen. Pero no olvidemos que entre los medios de comunicación, los empresarios y los políticos más rapaces hay una campaña incruenta de desprestigio contra el gobierno entrante. Si de algo sirven los refranes, nadie sabe para quién trabaja.

Tampoco puedo ignorar que, en los hechos, Andrés Manuel no está atacando realmente la corrupción ni está perjudicando a los grandes empresarios que acaparan la riqueza del país ni, en fin, estamos ante una Cuarta Transformación. Pero los tecnócratas liberales no aplauden, aunque si fuesen congruentes deberían hacerlo, ante el hecho de que la economía no está al borde del cataclismo.

Los izquierdistas estamos al filo de la navaja. ¿Cómo no ser dogmático ni reaccionario? ¿Cómo ser crítico sin traicionar la causa? Me parece que la solución no puede ser maniquea. Ni López Obrador será el cambio que el país requiere ni es la caricatura populista que aun algunos intelectuales a quienes respeto ven en él. Sus omisiones administrativas, me parece, tampoco son más graves de lo que lo fueron las de los sexenios anteriores, que dejaron, no hay cómo negarlo, un desastre total.

Defiendo en términos generales el gobierno entrante porque creo que en este sexenio la mesa está puesta para que con trabajo, con crítica reflexiva, con acciones concretas y con la creación de una nueva vanguardia, construyamos la clase política que habrá de enfrentarse a los problemas del futuro, mucho más terribles que los de ahora. La esperanza que produjo el cambio y, por qué no, la nueva crítica pueden conjugarse para que por lo bajo ataquemos las fallas enormes del sistema y tracemos un mejor itinerario político. Ésa debe ser nuestra preocupación actualmente. Éste es la ruta que, desde distintas perspectivas, se ha impuesto La Polilla.


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