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Ansiedad y depresión: la epidemia de nuestro siglo.

Por Cecilia Mendoza Ventura


Foto tomada de: https://1.bp.blogspot.com/-y400xRVSEuA/XZJG3fqf2yI/AAAAAAAAAkE/ZdmDC_7X3W0SbYrthrexJrQ4Un4VSB9TQCNcBGAsYHQ/s1600/depresi%25C3%25B3nsocial.jpg


Las enfermedades siempre han existido. Los seres humanos somos propensos a adquirir agentes patógenos y a desarrollar males en nuestro organismo si nos exponemos a situaciones de riesgo o a elementos dañinos para éste. Sin embargo, aunque las enfermedades sean una consecuencia que acompaña al fenómeno de la vida humana, no sólo tienen su origen en lo biológico, sino también en lo social. Aunque esto pueda sonar extraño, basta aludir a un ejemplo famoso: la viruela es una enfermedad que se desarrolló entre Asia, África y Europa hace miles de años, pero es bien sabido que gracias al encuentro de los europeos con los pueblos americanos, la viruela y otras muchas enfermedades contagiosas se propagaron por América generando epidemias que mataron a gran parte de la población nativa, que no contaban con los anticuerpos necesarios. Dicha epidemia no puede explicarse sin los factores políticos, económicos y sociales que favorecieron la interconexión del mundo, tal como no se puede explicar el control de enfermedades como el sarampión y las paperas sin la perspectiva histórica del avance de la ciencia o tal como no se pueden comprender las recientes pandemias de ébola y tuberculosis en varias regiones de África sin el factor de la pobreza. Explicado lo anterior, no debería sonar exagerado afirmar que las enfermedades tienen un origen biológico, y a su vez, tienen un origen político, económico y social. Toda enfermedad se vuelve un tema de salud pública cuando afecta a una porción significativa de la población y cuando además existe la posibilidad de prevenirla.


Como milennial o centennial que soy (los más grandes suelen encasillarnos en ambas generaciones indistintamente), fui formada en una época que, en algunos sectores de la población, ya reconoce la salud mental como un problema visible, válido y tan importante como cualquier otro tema de salud física, por lo que no dedicaré una introducción a explicar por qué los problemas mentales también son un tema de salud y no de “locos”. En lugar de eso, siguiendo la línea de las enfermedades físicas como producto (entre otras cosas) de las dinámicas sociales, argumentaré por qué los malestares mentales también tienen su origen en nuestro sistema moderno y por qué actualmente estos malestares son un tema de salud pública. Empezando por lo primero: ¿por qué los padecimientos mentales son actualmente un tema de salud pública? Las enfermedades mentales abarcan un campo amplísimo de trastornos: desde la psicopatía y el trastorno maniaco depresivo hasta la ansiedad y la depresión leves. Este campo de la salud en general es un área poco estudiada y poco entendida en nuestros días. La gente con problemas mentales suele ser duramente estigmatizada y mal atenida por los médicos y familiares que los rodean.


Por otro lado, a esta rama de enfermedades se adhieren otros problemas relacionados con la salud emocional que no incapacitan necesariamente a quienes los padecen (o no del todo). Sin embargo, en los últimos años, este tipo de problemas emocionales de aparente poca gravedad han aumentado en la población, y simultáneamente, han provocado que muchos jóvenes en México se enfrenten cada vez con más frecuencia a fases graves de estos padecimientos: se calcula que para el 2020 la depresión será la segunda causa de discapacidad en México (y la primera en el mundo)(1), mientras nuestro país se enfrenta a un promedio de 17 suicidios al día (el mundo suma 800 mil suicidios al año). (2) ¿Esto siempre ha sido así? Es complicado responder a esta pregunta con certeza. Sin embargo, según cifras de la OMS, el número de personas con ansiedad y depresión sí ha aumentado entre 1990 y 2013 en un 50%, y las enfermedades mentales generan un 30% de la carga mundial de enfermedades no mortales. (3)


Sin duda alguna las enfermedades mentales muchas veces dependen de desbalances bioquímicos y de cuestiones hereditarias, pero tal como la diabetes, el cáncer y los problemas cardiacos tienen una relación directa con la sociedad contemporánea y los hábitos de salud que ésta genera, la ansiedad, la depresión y el estrés excesivo también son producto de una realidad que no existía en otros tiempos. El capitalismo (ahora en una de sus fases más agresivas con el Neoliberalismo), ha trastocado profundamente el comportamiento de las relaciones humanas. Los valores de comunidad, empatía y colaboración, han sido sustituidos por actitudes individualistas, egoístas y competitivas y aunque esta afirmación pueda parecer un lugar común, no se trata de una condena moral, sino de reconocer que estos valores son los que de hecho configuran nuestras dinámicas culturales y sociales: la escuela y el trabajo funcionan a base de retar y comparamos todo el tiempo con nuestros colegas, la urbanización ha provocado que nuestros vínculos comunitarios se limiten a pocos miembros de nuestra familia y amigos contados (y en general, dentro de esas relaciones, solemos pensar más en nosotros que en ellos), el discurso hegemónico nos ha convencido de que no necesitamos molestar a nadie con nuestros problemas y que los problemas que otros no son problemas nuestros, las redes sociales se han convertido en una forma de socialización virtual que nos pone en constante contacto con la ostentación de lujos, estereotipos de belleza y logros personales meritocráticos.


Sumado a eso, la modernidad y el capitalismo han traído consigo relaciones enfermas con el trabajo y la tecnología a las que le debemos que la gente deba trabajar en exceso sin que esto se traduzca en posibilidades de movilidad social y que todas nuestras actividades se vean reconfiguradas por el uso de aparatos electrónicos y plataformas o redes digitales.(4) Japón es un claro ejemplo de cómo la relación capitalista con el trabajo incide en la salud mental, ya que el país tiene un alto índice de muertos por exceso de trabajo. A su vez, cada vez más investigaciones sacan a relucir la relación entre el uso de aparatos electrónicos y redes sociales con los desequilibrios mentales que padecen los adolescentes actualmente.(5) Y bien: ¿cómo no va a estar deprimida la mayor parte de la juventud cuando las posibilidades de movilidad social se han esfumado completamente de nuestro horizonte y cuando las condiciones laborales, de salud y de necesidades básicas nos son cada vez más desfavorables? ¿cómo vamos a tener una generación mentalmente sana cuando el ambiente que la rodea la limita en casi todos los sentidos?


El problema de fondo es que ninguna de nuestras relaciones está funcionando desde las necesidades más básicas de empatía y comprensión de las que se nutre la sociabilidad humana. Los valores propios de este sistema, que producen dinámicas de explotación, de desgaste y que son hirientes y paradójicamente antisociales, están provocando una gran ola de ansiedad y depresión en las generaciones que han vivido los peores resultados del capitalismo.

Los malestares mentales son la enfermedad del siglo XXI. Pasará algo de tiempo para que el estado atienda el problema con seriedad y tendremos que esperar para que las condiciones materiales que favorecen estas afecciones se erradiquen. Mientras tanto, la mejor receta que puede acompañar al tratamiento psicológico es la formación de una red de apoyo que nos permita escucharnos, entendernos y fortalecernos mutuamente. Ninguna sociedad goza de salud si sus sentimientos y aspiraciones están destruidos.



Referencias

1.-https://www.animalpolitico.com/2018/07/depresion-2020-discapacidad-mexico/

2.-https://www.animalpolitico.com/2018/09/suicidio-riesgos-que-hacer/3.-https://www.animalpolitico.com/2018/07/depresion-2020-discapacidad-mexico/

4 https://www.theguardian.com/society/2019/jan/04/depression-in-girls-linked-to-higher-use-

of-social-media y https://www.bbc.com/mundo/vert-cap-37391172

5 https://www.animalpolitico.com/2017/07/millenials-errores-mitos/ y https://

www.excelsior.com.mx/nacional/2015/06/09/1028518


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