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Cuarentena mexicana: de la crisis del capitalismo y el Chupacabras


Decía un colega que la crisis del COVID-19 se asemeja al agua de una fuerte tormenta. Ésta se desborda e inunda las calles dejando ver que las coladeras están llenas de basura. Y tal parece que ahora nos toca descubrir de dónde proviene tanta basura.

Desde que comenzó esta crisis global se han puesto de manifiesto grandes problemas que siempre han estado ahí y que se han dejado pasar. Entre los más evidentes destacan, por ejemplo, que el sector salud no cuenta con los con insumos, aparatos, infraestructura ni personal médico suficiente para la atención de una emergencia sanitaria; que la ciencia médica al servicio de las farmacéuticas no ha desarrollado esquemas efectivos de prevención; que el modelo de naciones no alienta la cooperación para resolver problemas globales y, por supuesto, las profundas desigualdades económicas, que, a estas alturas, es imposible negar. Algunos vemos en todas estas cuestiones tan disímiles (y otras) un origen común: el capitalismo. El capitalismo no se reduce al modelo económico, pues también abarca las relaciones sociales que promueve y que históricamente se refuerzan. Y se afirma que el origen de la basura es ese. No es extraño que autores reconocidos, como Slavoj Zizek, vengan a hablar de que la crisis es innegable[1], a tal grado que incluso los neoliberales más recalcitrantes ya flaquean en sus posturas y reconocen que el Estado tiene, cuando menos, algo de importancia.

Las contradicciones en el capitalismo siempre han existido, lo mismo que crisis como la que ahora vivimos (aunque ésta tiene sus particularidades). El asunto es que ver la calle inundada y reconocer la inundación como un problema evidente no significa necesariamente que reconozcamos lo que hizo que se inundara.

Un ejemplo de ello es el tema de sobresalto de la semana: una nota periodística en la que se acusaba a grupo Alsea de obligar a sus empleados a abandonar el trabajo sin goce de sueldo[2]. Los usuarios de Twitter respondieron con indignación con el hashtag #StarbucksMexico, invitando a sabotear a la empresa evitando comprar en sus establecimientos. Esta iniciativa reconoce un problema: que es a todas luces injusta la relación laboral que se estableció en este caso; sin embargo, la solución que proponen las masas no va a la raíz del problema. Este tipo de sabotajes son tan virales como pasajeros y las acciones propuestas parecen ignorar que en México al menos el 56.5% de la población (2017) se encuentra en la informalidad laboral y que el 17.1% (2019)[3] de los trabajadores labora bajo el modelo de outsourcing[4], lo cual permite a los patrones evadir responsabilidades y derechos laborales. Toda la precariedad laboral (tema que abordó en el artículo "De godínez, becarios, franeleros y el trabajo precario"), que es sistemática y que hace que el sistema económico pueda operar, se ignora. En esta misma línea, se aplaudió que algunas tiendas de autoservicio enviaran a sus adultos mayores empacadores a sus casas[5], “concediéndoles” despensas y recolectando dinero de los consumidores para “apoyarlos”. Allí no se leyó que en estos aparentes actos de solidaridad está la negativa de dar condiciones laborales dignas a los empleados, que muchas veces se les pide la jubilación para no darles seguro médico, que los sueldos de base son indignos ni que se les acosa e intimida para no ejercer su derecho a asociarse sindicalmente o, en el peor de los casos, se crean sindicatos ficticios coordinados por los patrones para negociar medidas injustas con los empleados.

Sí, la problemática es evidente, pero nos cuesta mucho trabajo hacer lecturas profundas de lo real. Entonces, ¿realmente se evidencian los problemas del capitalismo con la crisis del COVID-19?

Dicho esto, veo un gran entusiasmo en cierta izquierda joven por las especulaciones sobre lo que podría ocurrir pasada la crisis. Tal parece que se esperan grandes ajustes (ya no digamos transformaciones) en la política internacional. Y sí, en ese nivel, invariantemente ocurrirá. Frente a esto ¿qué haremos nosotros cotidianamente? Porque en el discurso que impera me parece ver que se espera que el otro, algún otro, algún sector, algún grupo humano en este gran territorio decida de pronto tomar acciones. Zizek, por ejemplo, prevé que esta crisis “quizá” nos haga reflexionar sobre otros futuros posibles, ya que pone en evidencia los problemas del modelo económico. Esta lectura se hace desde la primera persona del plural (nosotros) como si un “todos” de pronto llegara a las mismas conclusiones. Seguramente, para Zizek se trata de un recurso literario más que de una lectura de lo real, pero quien lo lee con entusiasmo no debe ni puede perder de vista lo sustantivo.

Tal como señaló David Harvey en su reciente artículo[6], los tiempos del virus no son los mejores tiempos del capitalismo; y, sin embargo, algunas cosas continúan consumiéndose a la misma velocidad que antes (o incluso mayor), como las series y películas en plataformas como Netflix y la información. Esta última es mucho más relevante porque resulta vital para nuestra toma de decisiones y nos está enfrentando a nuestro papel en medio de todo este lío.

En ésta época en la que basta deslizar el dedo hacia arriba para leer el mundo, quiero recordarnos el peligro de colocar a otro sujeto social como responsable del cambio (el alumno, el indígena, el campesino, el obrero, la mujer, etc.), lo que es una tendencia permanente en la izquierda progresista. Sumado a esta advertencia, requerimos análisis mucho más minuciosos que no caigan en las lecturas dicotómicas (privilegiado-no privilegiado) que tienden a reducir la realidad a claroscuros. Como ejemplo, está la explicación del porqué muchos sectores sociales no podrán sumarse a la cuarentena. Si bien es cierto que el panorama laboral es desalentador, no es la única razón por las que un gran porcentaje de personas no han abandonado sus actividades productivas y sociales, y, aunque suene muy dramática la historia de que se vive al día (y no por ello menos cierta), no debemos dejar de entender el problema en todas sus dimensiones.

No es la primera vez que México enfrenta una pandemia: de 2016 a 2018 se llevaron a cabo varias campañas para combatir la propagación del virus AH1N1 y del zika. Una investigación elaborada en ese periodo[7] da cuenta de las percepciones de la gente sobre la política pública para combatir los virus. La investigación da cuenta de una profunda desconfianza hacia las políticas del Estado. Las personas generaron toda clase de teorías para explicarse lo que pasaba:


 “Con nuestra ignorancia nosotros pensamos [que el gobierno inventa esto], con tanto problema que hay aquí en el país o en el mundo, están usando todo esto para que la gente se entretenga en algo. [Se comenta] que lo está usando para entretener a la gente y no se meta tanto con el gobierno, con los problemas que hay”.

Las opiniones que dieron los informantes para este estudio dan cuenta de que las personas no confiaban en que los intereses de las políticas públicas eran los que aseguraban[10] los dignatarios. Quisiéramos creer que esto es cosa del pasado, mas aun hoy no es extraño escuchar a personas todavía incrédulas sobre el verdadero impacto del virus. En mi barrio, algunos siguen haciendo alusión a la invención del chupacabras cuando les preguntas sobre el COVID-19. Sus opiniones no vienen de la nada: en su experiencia los noticieros mostraban notas todo el día sobre el número de animales encontrados sin vida en carreteras y terrenos; lo que hoy resulta una ficción se vivió con pánico social en su momento. Al final del artículo que menciono, los autores se preguntan:


¿qué tiene que haber en la memoria histórica de una población, en su relación con el Estado, para que se llegue a semejante conclusión?; ¿qué historia de despojos, abusos, violencia e impunidad permite pensar que un avión fumigador es, en realidad, un avión que esparce un virus?

En este caso, podríamos hacernos el mismo cuestionamiento. ¿Qué sucedió para que algunos sectores de la población sospechen de que se trata de otra ficción? Y se puede pensar que estos sujetos no distinguen niveles en los intereses políticos ni que hubo un cambio de régimen. Estas cosas se asientan en la percepción colectiva, muy a pesar de quienes quisiéramos lecturas más profundas en los sectores más oprimidos, mismos a los que la teoría les ha achacado la responsabilidad de transformación en más de un momento.

Mientras algunos en este instante discuten sobre la necesidad de rescatar a las empresas después de la crisis, otros piensan que la pandemia es un invento del gobierno para perjudicarlos de una u otra forma. En un país (y en un mundo) sumamente diversificado, los análisis profundos apremian, tanto como que los sujetos se hagan cargo de su realidad inmediata.

Estos ejemplos nos demuestran que queda mucho trabajo por hacer y, si bien se puede aprovechar la contingencia, como un referente de realidad para impulsar proyectos políticos, este trabajo no se va a realizar por sí solo.

[7] Rodríguez Medina, Leandro, Pandal de la Peza, Ana, & Shrum, Wesley. (2019). Sobre la desconfianza en la ciencia y la política: el brote de zika en México, 2016-2018. Sociológica (México), 34(96), 205-238. Recuperado en 25 de marzo de 2020, de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0187-01732019000100205&lng=es&tlng=es.


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