Por Nina Antay
Foto tomada de verne.elpais.com
Hoy reluce en la prensa nacional, nuevamente y casi de manera invisible, la precariedad de las condiciones de trabajo. Con el estreno de la película Roma pudimos hablar abiertamente de las empleadas domésticas, con el desabasto de gasolina no faltó quien preguntara por los despachadores, el cambio de gobierno nos hizo conocer los despidos masivos de instancias de gobierno con cartas de renuncia obligadamente “voluntarias”... En todos estos casos se manifiestan las injustas (y a menudo ilegales) condiciones laborales.
La precarización[1] de las condiciones de trabajo es un tema que sobresale en la vida cotidiana, distingue a la mayor parte de la población y acapara las noticias nacionales. Estos abusos diarios van desde la firma de renuncia al tiempo que se firma el contrato (en el caso del trabajo godín o de oficina) hasta la firma de nóminas que nunca se pagan (en el caso de los despachadores de gasolina). Podemos mencionar también las jornadas alargadas sin pago de horas extra, el pago de derecho de piso, la falta de seguro médico, la contratación temporal y otras tantas. Nada de esto es nuevo ni propio del nuevo gobierno o del año en curso.
La rapiña laboral se agudizó en América Latina con la entrada del neoliberalismo y para algunos países con la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) en 1994.
En sus orígenes, los sindicatos fueron un mecanismo de organización que permitía a los trabajadores negociar sus condiciones de trabajo presionando políticamente para hacer cumplir sus derechos constitucionales. Si las demandas no se atendían, los trabajadores tenían la posibilidad de llevar a la huelga a las empresas o a las fábricas. Esta presión colectiva permitía que el trabajador no estuviese del todo desprotegido ante el poder del patrón y tuviese un mecanismo de presión para negociar de forma más horizontal. Los sindicatos fueron una fórmula que funcionó por mucho tiempo para proteger los derechos laborales, pero a medida que transcurrió el tiempo los grupos patronales han buscado mecanismos para disolver la organización sindical, burlar las legislaciones e incluso involucrarse en la política pública para incidir en ella. Si la empresa se responsabilizase de todos los gastos que implica el empleo digno (salarios, seguros médicos, pago de horas extra, etc.), no obtendrían la acumulación a la que aspiran.
Con la entrada del neoliberalismo, la estructura organizativa de las transnacionales cambió, aprovechando los huecos en la legislación para inmunizarse contra las estrategias sindicales. Las empresas se atomizaron en pequeñas sucursales para que los contratos colectivos, que anteriormente protegían a todos los trabajadores, sólo aplicaran a unos cuantos y excluyeran a los trabajadores subcontratados[2]. Esto se suma a la intimidación, disolución y acoso a la organización sindical[3].
El cambio en la estructura del empleo vuelve cada vez más vulnerables a los trabajadores, haciendo que no tengan instancias que los protejan ni compañeros con los cuales aglomerarse y organizarse. La fragmentación ha sido la apuesta de las transnacionales para la desaparición del sindicalismo.
La precarización del trabajo no es un accidente donde “patrones mala onda” no son vigilados por la ley y se vuelven abusivos. La agudización de la precarización fue necesaria para el funcionamiento del neoliberalismo. En varios países de América Latina, el propio Estado ha intervenido para dar ventajas jurídicas a las empresas cuando existen conflictos con los empleados (quizá porque muchos de estos Estados han sido corrompidos por los sindicatos patronales[4]).
Los sindicatos en México también han sufrido el peso de la historia y se han construido en el imaginario social como instituciones corruptas, subordinadas a partidos políticos, que hacen uso clientelar de los recursos públicos y que toman el monopolio de la representación a cambio de prebendas para líderes y agremiados. Esto no es casual: los sindicatos fueron un mecanismo poderoso que se ha corrompido como parte de las mismas estrategias patronales; y sin embargo, siguen siendo una herramienta muy temida, sobre todo en las zonas industriales[5]. Antes de la entrada del neoliberalismo, las luchas de izquierda estaban orientadas al sindicalismo, pero en el último cuarto de siglo la apuesta de la juventud se ha orientado a otras consignas: la autonomía de pueblos originarios, las libertades de género y otras tantas que han abandonado el tema laboral, incluso en la urbe. Esto no significa que nadie muestre interés en el sindicalismo, pero definitivamente no es una tendencia.
Quizá porque el escenario sindical parece cada vez más difícil y poco alentador, pero el tema de la precarización nos atraviesa constantemente: los conductores de Uber, los empacadores de Wall Mart, los franeleros de las tiendas comerciales o jóvenes que venden servicios profesionales a cambio de “experiencia” o en formato de becas. Aunque las ocupaciones, escolaridades y trabajos cambian, conservan algo en común: la desprotección rapaz ante un mundo laboral hostil, ventajoso y oportunista, diría la clase trabajadora “gandalla”.
Si el sindicalismo no ha desarrollado estrategias para hacerle frente a los cambios del neoliberalismo es, en gran medida, porque se ha abandonado, esto en parte por la desconfianza a los sindicatos institucionalizados desde arriba mas también (me permito decir) debido a la desorientación o la falta de experiencia en procesos organizativos.
Es esta desconfianza engullida (y muy conveniente al sistema) la que nos ha paralizado en este campo de acción, porque al mirar de cerca los procesos organizativos sindicales nos damos cuenta de las muchas oportunidades (y por supuesto retos) que existen en el área. La única forma de mejorar las condiciones es detonar procesos organizativos, donde las personas dialoguen sobre sus condiciones de vida y donde rompan con los tópicos que desarticulan (como saberse godín en vez de trabajador explotado). Es cierto que ya existen muchas estrategias para generar en los trabajadores la espina de la justicia laboral (que muchas veces ya existe en ellos pero sin herramientas para llevarlo a la práctica). Sin embargo, el reto es generar nuevas estrategias a partir de las nuevas experiencias... Quién puede decir con seguridad que no podemos crear organización incorruptibles, por ejemplo.
Este artículo pretende ser una provocación para retomar las luchas laborales, al menos como un laboratorio organizativo. Hace falta ser un poco intrépido y tener algo de iniciativa política... Después de todo, la única forma de aprender a hacer es haciendo.
Referencias:
[1] Sinónimos de precariedad: inseguridad, inestabilidad, escasez.
[2] Zapata, Francisco (S/F) ¿Crisis del sindicalismo en América Latina? Recuperado de http://www.iisg.nl/labouragain/documents/zapata.pdf
[3] Véase Franco, Catalina (26 mayo 2009) Los empleados están cada vez más lejos de formar sindicatos. Tendencias 21. Recuperado de https://www.tendencias21.net/Los-empleados-estan-cada-vez-mas-lejos-de-formar-sindicatos_a3309.html y Confederación Sindical Internacional (2018) ÍNDICE GLOBAL DE LOS DERECHOS DE LA CSI 2018. Los peores países del mundo para los trabajadores y las trabajadoras. Recuperado de https://www.ituc-csi.org/indice-global-de-los-derechos-de-20302?lang=en
[4] De acuerdo a Francisco Zapata en México la desregulación laboral no ocurrió en los textos legales, se dio en cláusulas de los contratos colectivos con intervención de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social en los 80, y en los códigos de conducta de las empresas trasnacionales.
[5] La Redacción (3 enero 2019) Se van a huelga 500 trabajadores sindicalizados de Coca Cola en Matamoros. Proceso. Recuperado de https://www.proceso.com.mx/569897/se-van-a-huelga-500-trabajadores-sindicalizados-de-coca-cola-en-matamoros
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