top of page
Buscar

De los hábitos de lectura, los ansiolíticos y la 4T




…luchar contra el mal es luchar

contra nosotros mismos.

Y ése es el sentido de la historia.

Octavio Paz, Itinerario


¿Cuáles eran los hábitos de lectura de Octavio Paz? Políticamente, el maestro era nefasto: un mafioso de la cultura, un defensor a ultranza del status quo. Y sí, camaradas: yo también espero con morbo el día en que Proceso publique una investigación que lo devele como agente de la CIA o del MOSAD. Luego sacarán el documental en Netflix. Sin embargo, fuera bilis y estandartes, pese a mi buena voluntad, admiro lo evidente: en ninguno de sus libros —que por celos, rencor e interés he devorado— falta la pertinente cita de Kant, la aguda crítica al leninismo, el indispensable apotegma platónico, la elegante y exótica lectura budista ni mucho menos la cereza del pastel con que los genios rematan indefectiblemente sus escritos: un verso de Mallarmé que sin saber muy bien cómo viene perfectamente a cuento.

 

Son las cinco de la mañana. Me escabullo de mi casa para salir a correr. No le conté a mi padre porque seguramente me hubiera dicho que es demasiado peligroso. Tampoco le dije a mi novia por una suerte de pudor que ni yo mismo puedo explicar. De haber sido posible, tampoco me hubiera avisado a mí mismo. ¿Por qué salí a correr, Eugenito?

 

Correr es como usar gotas de valeriana. Lo hice porque desde hace mucho las cosas no marchan bien. Ergo, correr como sustituto de los ansiolíticos, del Prozac y del Ritalin. Correr para vencer el asma, para construir los hábitos de lectura que desde primer año de preparatoria llevo postergando, para concentrarme en mis clases de la universidad y de francés. No se puede ser un haragán y simultáneamente un gran novelista. Entonces, correr para que nunca falte la pertinente cita de Kant ni mucho menos la cereza del pastel con que los genios rematan indefectiblemente sus escritos.

 

Obviamente no terminé la carrera matutina. Me hicieron falta desapego budista y una buena dosis de reminiscencias platónicas. A la tercera vuelta al parque (llevaba cuatro minutos), recordé que debía redactar un escrito acerca de Juan Ruiz de Alarcón para mi clase de Novohispana. Después pensé en las actividades pendientes del servicio social y en la obra maestra que no estoy escribiendo. Vinieron a mi cabeza las lecturas atrasadas, la cita con el dentista y —lo peor— una riada de pasión antifeminista, que, como soy un macho educado, me esforcé por atajar a tiempo.

 

Están cambiando las tuberías de mi colonia. Iba en la quinta vuelta cuando reparé en las obras. Reflexioné inquieto acerca del fin del agua —que se aproxima—, de mi huella ecológica y de cómo es imposible ser verdaderamente ambientalista en el sistema neoliberal. Mi gran epopeya —cuya confección encabeza mi lista de pendientes— abordará naturalmente todos estos asuntos y los hará pasar por el agudo tamiz de mi ojo poético. A la séptima vuelta (minuto diez) el asma alcanzó un punto crítico y el ritmo cardiaco idem. A las cinco y cuarto me metí a la ducha y a las cinco treinta estaba limpio, tenía un café en la mano y no sabía que hacer con mi vida. En ese momento me hice la pregunta.

 

¿Cuáles eran los hábitos de lectura de Octavio Paz? Acaso se retiraba silenciosamente la sábana de seda y, sin despertar a Marie Jo, salía a correr. Tal vez practicara sexo tántrico y meditara con extrañas técnicas, una mezcla personal de sus aprendizajes en la India y en tierras mayas. ¿Debería su iluminación a los excesos a la Kerouac, a los cínicos ascetismos o a una vida meridiana, siempre en el justo medio aristotélico? También es posible que los verdaderos genios ni siquiera se preocupen por sus hábitos de lectura. Joyce, Pound y la caterva de héroes a quienes admiro solamente leían, leían y escribían sin más ni más. Es probable que ellos sí y que yo no.

 

Yo creo simplemente que los tiempos han cambiado, que ha cambiado el tiempo. Me gusta pensar eso. Tengo que creerlo.

 

De que soy ansioso, no tengo duda. Y para colmo, asmático, flojo y (si me lo permito y suenan los Arctic Monkeys) pacheco y depresivo. La inteligencia no puede vencer a tantas indisciplinas coordinadas.

 

El problema estriba en que no soy sólo yo. A C. le pasa lo mismo. Y también le sucede a R., a E., a M. y a F. Pese a que todos gozamos en nuestros ratos libres de Reinaldo Arenas y de Schopenhauer, somos unos pobres diablos. Vamos sacando lentamente la carrera. No hacemos tarea. O no disfrutamos las fiestas o las disfrutamos demasiado. Unos toman ansiolíticos. Otros salimos a correr y no corremos. Mea culpa, mea culpa.

 

Hace una semana leía en Nexos que el principal problema de AMLO y de la 4T es su carácter palingenésico, esto es, su deseo de romper categóricamente con el pasado y de empezar una nueva historia. Al parecer, esto es peligroso. Los movimientos palingenésicos “terminan inevitablemente en catástrofes” y son el resultado de un proceso patológico: cuando la trascendencia individual se frustra ante el mundo moderno, el humano busca que sus realizaciones sean colectivas y políticas… Líbranos del mal. Amén.

 

Al parecer, todo lo entendí mal. Yo voté por AMLO precisamente a causa de su palingenesia. Añoro una nueva historia, un nuevo tiempo. Una mala herencia del marxismo-leninismo. También por ello leía obsesivamente Rayuela cuando era adolescente, anhelaba mi kibutz del deseo y decidí estudiar letras en pleno siglo XXI. Mis cosquillas metafísicas. La semana pasada leía Nexos y comprendí que no hay que llevar el desasosiego personal a la esfera política. Mi tristeza es existencial: se cura en los libros y no en las urnas. Debo poner atención en clases. Debo salir a correr para volver a ir a clases.

 

“Octavio Paz era un liberal”, aplaude Enrique Krauze, mientras yo ya no entiendo nada. Yo también soy un liberal: estoy a favor de las democracias, de los derechos LGBT..., de la libertad de expresión y del fárrago entero. Según mi diagnóstico, mi problema es que estoy en contra del consumo excesivo y eso complica las cosas hasta que sólo Dios puede ayudarme. Odio las orgías, la prensa vendida, las inmobiliarias, los centros comerciales y las ferias de libro. Todo me hiere. Soy liberal y no soy liberal. Soy conservador. Pero no me malentiendan, no soy conservador. Soy y no soy. To be and not to be: that is the question.

 

Yo ya entendí la cuestión... AMLO dice que va a cambiar las cosas, pero no las cambia: la educación, la economía y la corrupción siguen iguales. Yo salgo a correr y no corro. Luego intento leer y no leo. Soy y no soy.

 

Según Octavio Paz, uno de los principales problemas que atraviesa el hombre moderno es el de su concepción del tiempo. Para la mayoría de las culturas mesoamericanas el tiempo era cíclico. Los eventos sagrados y los ritmos de la tierra se repetían una y otra vez. Ahora no hay ciclos ni calendarios: el tiempo sagrado fue secularizado, salimos de fiesta todas las noches...

 

Para los cristianos, la Historia tenía una meta: el Apocalipsis. A esta presunción —que las cosas poseen un objetivo que tiende a cumplirse— se le conoce como teleología. Kant secularizó el carácter teleológico de la Historia y del tiempo; para él, el fin último del devenir era la Razón, y la Ilustración era la época en que el humano se hacía consciente de tal fenómeno. En la modernidad, este asunto se ha doblado y desdoblado, estirado y remendado ad nauseam. ¿Cuál es el sentido del tiempo? Paz creía que el instante sería crucial en nuestra nueva concepción de éste. Cuando pienso en estos asuntos, me emociono; cuando los vivo, me entristezco. Tengo que dejar de perder el tiempo.

 

Y también debo salir a correr, hacerme de los hábitos de lectura de Paz, criticar el carácter palingenésico de la 4T, sacralizar el tiempo, ilustrarme, consumir poco, escribir la gran epopeya, hacerme liberal, democratizarme, deconstruirme, ser sin no ser, concentrarme, dejar los ansiolíticos, resolver mis contradicciones, exponerlas con claridad y, si se puede, terminar con la cereza del pastel con que los genios rematan indefectiblemente sus escritos.







Comments


bottom of page