Foto tomada de: https://www.royalbooks.com/pictures/137097.jpg?v=1442438574
Cuando Friedrich Murnau plasmó en el cine mudo la leyenda popular alemana de Fausto en 1926, ilustró una moraleja tan recurrente que podría parecer obvia: Mefistófeles se aparece para seducirnos en los momentos más obscuros, cuando somos más vulnerables. Sin embargo, las moralejas, aunque reiterativas, nunca son lugares comunes. Quizá por ello tanto para la época de Murnau como para nuestra era posmoderna el mito medieval de Fausto sigue siendo un espejo.
La peste multiplica las muertes del pueblo sin cesar y provoca la desesperación de verse rebasado por un mal supremo. La epidemia y la desdicha nos orillan a pactar con el demonio, aunque lo sepamos embustero. Como Fausto, nosotros, al llegar a nuestros hogares dispuestos a encerrarnos, nos encontramos a Mefistófeles sentado en nuestro escritorio, sonriéndonos y haciéndonos un ademán con su sombrero en medio de la obscuridad de nuestros tiempos.
Sus artimañas las conocemos de sobra: nos mostrará en el espejo aquello que odiamos de nosotros para que imploremos por juventud eterna, nos hará asomarnos por la ventana para atizar la culpa por todas las desgracias de afuera frente a las que somos impotentes, y muy probablemente se divertirá alimentando la rabia para que nos destruyamos entre nosotros. La pregunta es si podremos rehuir sus prestidigitaciones a pesar de que la peste y sus sombras mortíferas abracen nuestra ciudad.
Entonces, ¿tendría sentido guardar aunque sea un poco de esperanza en el humano durante estos tiempos hostiles si éste cae rendido invariablemente ante las seducciones de Mefistófeles? Muchos podrían apostar que no, que todo está perdido y que la naturaleza del mundo humano pertenece más al mal que al bien… No obstante, ésa es la respuesta que asume el propio Mefistófeles.
Pero al final del negro pasillo hay un poco de luz, y la culpa y el dolor se expían a través de una sola palabra: Liebe. Espero que nosotros quedemos tan sorprendidos como Mefistófeles, Fausto y Gretchen cuando nos demos cuenta en medio de la hoguera que gracias a los lazos profundos se puede expulsar a los demonios.
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